miércoles, 8 de agosto de 2012

La rodilla ilesa de Antonio Machado

En la película ´La Patriota´ (Die Patriotin), del cineasta alemán Alexander Kluge, una supuesta rodilla ilesa, la del cabo Wieland – patriota fallecido en combate por fuego enemigo–, pese a declarar expresamente que carece del órgano del habla, narra la historia de una palabra, ´Alemania´, con la potente voz de la Conciencia. Se trata de averiguar el significado real del término, del concepto, a través de la Historia. Esto es lo que se propone la protagonista, la profesora Gabi Teichert –una patriota de su trabajo–, que es quien, salvando las zancadillas de rigor de las instancias oficiales, busca la verdadera esencia de la Historia de Alemania a través de las confidencias de la rodilla ilesa del cabo Wieland, aunque uno se tenga que apuntar para ello, como se dice en la película, a una frase, que suena lapidaria: "Si alguien tiene un derecho, no lo exige, lucha por él".
Si el ciudadano español que pergeña estas líneas se sintiera llamado por una vocación investigadora similar a la que anima a la profesora Teichert, podría preguntarse, con la ayuda de alguna locuaz rodilla ilesa, por el concepto ´España´ a través de la naturaleza, entre cruel e ignorante, de un pueblo, el español, que no solamente fue capaz en un momento de barbarie de abominar de sus intelectuales, o de darles matarile, sino que una vez devuelto a una realidad más pacífica, no es capaz de hacer justicia acogiendo en el terruño patrio a aquellos insignes españoles, patriotas en el exilio, que siguen descansando, olvidados, en tierra extraña.
Collioure (Francia). Verano de 2009. Turistas en bañador atestan la pequeña playa de piedra, mientras contemplan el faro, y quizás también las pequeñas embarcaciones de recreo que, bamboleándose entre las olas, enardecen el ánimo de los más aventureros… Los demás recorremos las callejuelas aledañas comprando cualquier souvenir, o un helado de higo o de ´framboise´; y aquellos otros que gustan de estar informados hasta en el período estival, salen del quiosco con ´Le Point´ debajo del brazo.
A escasos metros se asoma el camposanto donde, todavía, –¿todavía?– descansa el Poeta, "ligero de equipaje, casi desnudo, como los hijos de la mar". Apenas ingresados, a la derecha, parece recibirnos, con unas pocas flores secas, don Antonio Machado. Varias banderas republicanas delatan el enclave de su tumba. Sobre ella, notas de recuerdo manuscritas dejadas por bachilleres de algún Instituto de Soria, de Baeza o de Sevilla, que sirven para informar a cualquier desconocido que ellos pasaron por allí con ocasión de su viaje de fin de curso. Coincido en mala hora con otros compatriotas, que también los hay, haciéndose esa foto ominosa con la rodilla ilesa de Machado, para poder enseñarla a parientes y amigos, como un trofeo de verano, una vez de vuelta de las vacaciones.
Víznar (Granada). El lugar donde, supuestamente, reposan los restos de Lorca, víctima propiciatoria de la barbarie, puede ser descubierto y confirmado. El nieto de un capitán republicano, izado a gobernante del país, quiere hacer, a su modo, justicia con la Historia. De ahí su extemporánea Ley de la Memoria, que ha sobrepasado con creces, en su despertar, el momento reconciliatorio de la Transición. En donde Lorca esté, allí, habrán concurrido durante muchos años la duda, las medias palabras pronunciadas por sus coetáneos y las especulaciones de los biógrafos y los hispanistas. En definitiva, ahora se manifiesta solamente el deshojado morbo del saber, disfrazado de justicia histórica. Pero Lorca, al fin y al cabo, está aquí.
Lo que una Ley de la Memoria que se precie no puede consentir es que españoles que tuvieron que abandonar el país por causa de un conflicto armado; españoles, además, ilustres, poetas universales que murieron allende nuestras fronteras, permanezcan todavía exiliados en tierra extraña. La España ingrata ha de reconciliarse con ese poeta al que nuestra Historia le puso el puente de plata. Machado debe descansar entre nosotros y no en las cercanas aguas del Mediterráneo francés. A cualquier patriota ha de sonrojarle la afrenta y la humillación a nuestra cultura que supone el que carezcamos de la dignidad y el coraje suficientes para traer de vuelta a quien un día perdimos de vista al atravesar los Pirineos.
Ese es nuestro derecho como españoles, y si no somos capaces de exigirlo, debemos luchar por ello.
La España de charanga y pandereta,
cerrado y sacristía,
devota de Frascuelo y de María,
de espíritu burlón y de alma quieta,
ha de tener su mármol y su día,
su infalible mañana y su poeta.
Antonio Machado, víctima de nuestra Historia, ejemplo paradigmático de las rodillas ilesas españolas desperdigadas por el mundo con ocasión de la vergonzante Hégira que se inició en 1936, si no fuera por su bondad y por la belleza de sus versos, habría de habernos dedicado a nosotros, compatriotas suyos, merecidamente, unos epigramitas del estilo de los de Catulo o Marcial, para que nos pusieran en nuestro sitio para siempre a los ojos del mundo.
Pero la voz de Machado, sin embargo, será eternamente otra, la de sus versos, que pronto habrían de revelarse premonitorios:
"Al andar se hace camino,
y al volver la vista atrás
se ve la senda que nunca
se ha de volver a pisar.
Caminante, no hay camino,
sino estelas en la mar".

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Publicado originalmente en el diario La Opinión de Málaga. Ver artículo.

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