viernes, 10 de agosto de 2012

Política y Regeneración Lingüística

La Política con mayúsculas, es decir, la Democracia, se ha convertido en una fugitiva. Si alguien sabe dónde está, dígamelo, pues deseo correr en su pos. En los círculos oficiales, claro está, no se la busca, pues se presume su graciosa presencia en las instituciones públicas y en los medios que tenemos los ciudadanos de participar en política, donde colea su vitalidad y señorío. Sin embargo, esta afirmación no es más que una mixtificación de la realidad. El siervo es, como siempre, el lenguaje. ¿Por qué en la Política con mayúsculas, es decir, en la Democracia, el lenguaje no sirve para designar con la mayor precisión posible la realidad? Los hechos son lo que son, y el lenguaje ha de adaptarse, dúctilmente, pero con honestidad, para mejor designarlos. Si un partido político ha cosechado un desastre electoral, no puede decirse que se trata de una victoria. Si un Estado nos está tomando, o confundiendo, por una parte íntima de una que se llamaba Bernarda, no podemos contemporizar con esa actitud, justificando con el lenguaje un supuesto ejercicio de sutil diplomacia en nuestra falta de reacción. Si tenemos acceso a la diosa estadística, que rinde a nuestros pies, en forma de inapelables cifras, determinados datos sobre desempleo, inmigración y otras muchas variables, el lenguaje no puede transgredir la univocidad matemática, que es absoluta, con subterfugios de relativismo, como que esa cifra hay que ponerla en relación con la correspondiente de hace unos años (con lo cual cambia su lectura y significado); ni parapetarnos en la cortina ignífuga de que un partido político otrora en el gobierno, y hoy abonado al reproche, hizo tal o cual desaguisado; o en que la responsabilidad –esa excelsa manoseada– exige… Disculpe, Sr. Tribuno, esta molécula de plebe le puede decir lo que le exigiría la responsabilidad y, sin embargo, no hace… Obviamente, de la política con minúsculas –las formas totalitarias de poder– admitimos y asumimos, como en un autodefinido, que semejantes mixtificaciones se produzcan. Están en su forma de ser. Son un medio para su sostenimiento y glorificación. Por consiguiente, empecemos con una regeneración lingüística. Llamemos al pan, pan, y al vino, vino. Al desastre, desastre. Al éxito, éxito. Y a la madre que nos parió, santa madre. Solo así podremos recuperar la Democracia. Solo así podremos participar los ciudadanos en la vida pública, libres de las confusiones que provocan los políticos con declaraciones efectistas y «meropartidistas». Porque la Democracia no es solo depositar un voto (esto es una simplificación): es mucho más. Un voto es una decisión ciudadana y, para que sea libre y responsable, no ha de haberse inducido a confusión al ciudadano sobre el qué y el porqué de lo acontecido en los cuatro años previos. Solo así recuperaremos, finalmente, la confianza en los políticos, tan depauperados en la estimación ciudadana. Y solo así empezaremos a verlos como servidores públicos, renunciando a nuestro intento de solicitar un cambio de su definición en el Diccionario de la Real Academia de la Lengua, esa RAE que limpia, brilla y da esplendor. Tres carencias de la Democracia de hoy. Tres desiderátums, sin embargo. Por eso voy en pos de ella…
 ___________________________________________________

Publicado originalmente en el diario La Opinión de Málaga. Ver artículo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario